Lo que diferencia al arte de todos los demás objetos de los que podemos rodearnos es el impacto emocional.
La imagen imprime una serie de emociones en la mente porque nos llega directamente, sin filtro.
Marca la imaginación y la psique.
No doy títulos a mis trabajos abstractos.
No agrego etiquetas durante mis aperturas.
Prefiero explicar yo mismo la historia de mis obras para abrir un diálogo con el espectador y recoger sus impresiones, emociones y pensamientos.
El riesgo con un cartel: que el espectador sólo se concentre en el texto y se olvide de mirar la obra.
Es ante todo a la mirada a la que se dirige la obra y es ésta la que nos permite adentrarnos en ella.
Cuando adquirimos una obra es por la emoción estética que nos transmite.
Esta emoción estética es la puerta de entrada a los misterios del lienzo. Al dejarnos llevar por esta emoción, entendemos el significado del cuadro.
La dimensión intelectual es una de las múltiples dimensiones del arte.
Por eso escribo comentarios sobre obras en mi sitio: la intelectualización de la obra llega más tarde, cuando la curiosidad se vuelve demasiado grande.
También porque queremos saber qué pasa por la cabeza del artista, el porqué y el cómo de la creación.
La obra lleva la mirada y el discurso del artista. Un artista sin palabra es como un matemático que no sabe calcular….
Esto es lo que diferencia el arte de la decoración.